
En el primer piso estaba la tienda de dulces del sr. Wes, su tienda hacía distinguir al edificio de los demás, al contrario del interior del edificio, su tienda era alegre y olía bien, llena de colores y azúcar, por lo que si no estaba en el colegio me pasaba las tardes ahí dentro, los fines de semanas, los días festivos, los cumpleaños, las reuniones familiares, cualquier ocasión que pudiera escapar de los ojos de mi madre, total, ella nunca notaba mi ausencia, así que como pueden ver, la mayor parte del tiempo la pasé en esa tienda.
El Sr. Wes no tenía esposa, decía que se había mudado a Rusia con el circo, que se había enamorado de un trapecista o a lo mejor de un payaso, no la odiaba, decía que la amaba tanto que él solo quería que ella fuera feliz. Me gustaba barrer la tienda, el Sr. Wes me dejaba quedarme con los peniques que encontraba en el piso, y a las 6pm la hora de cerrar, me dejaba apagar las luces y comerme los dulces del mostrador, los que no se compraban o los que el sol desteñía, ablandaba o endurecía, para mi esos eran los mejores. Sobraban tantos dulces que podía llenar el refri de mi casa 10 veces, pero yo solo tomaba una bolsita para mi amiga Amanda en el colegio, nuestros favoritos eran los de arándano o los chocolates derretidos de caramelo.
Cuando empecé a crecer me dejaron de interesar los dulces, y empezaron a gustarme los chicos, dejé de comer dulces, pues no quería engordar, tampoco fui muy delgada, pero al menos tenía carne en mis brazos, y por igual en las piernas y en los senos. Nunca dejé de visitar la tiendecita.
Un día mientras limpiaba los mostradores, (el Señor Wes nunca me pagó un sueldo, para mi siempre fue suficiente pasarme las tardes allí), entró un muchacho mas o menos 3 años mayor que yo (22 años), de buena estatura y con una musculatura que le daba mucho mas virilidad, tenía ojos verdes, profundos y llenos de vida.
Me sorprendí, no solo por su físico, sino porque en aquella tienda solo entraban niños y mujeres, era como si los hombres tenían prohibido entrar allí, y en mucho tiempo quizás, él era el primero.
Sonaba la campanilla del marco de la puerta, y entraba silenciosamente, pisando con cuidado las tablas del piso, como para no hacer ruido alguno, ni romper nada.
Saludó con escueto.
Sus ojos ya encontraban los míos, y preguntó por el Sr. Wes.
Extrañada abro los ojos como dos grandes bombillos.
(Yo ignoraba que el Sr. Wes tenía familia, nunca habló de ello, mas que de su ex-esposa la que se había convertido en trapecista, pero para mi eran puros cuentos. Yo no conocía a nadie que perteneciera al circo.)
Así que sin decir una palabra, fui inmediatamente a la parte de atrás de la tienda y con voz baja le dije al Sr. Wes que alguien lo estaba buscando, este como si no fuera nada nuevo para él, paró de hacer sus oficios y vino al frente de la tienda. Yo estaba allí parapetada observando desde atrás de los hombros del Sr. Wes, pero no podía escuchar una sola palabra, solo veía aquel muchacho sacando cosas de su chaqueta, al cabo de unos minutos se estaban abrazando y llorando.
Me estaban inquietando, hasta que Wes por fin volteó con sus ojos llenos de lagrimas y entusiasmo, se acercó a mi con aquel muchacho y nos dijo a ambos que quería que a partir de ese momento nos encargáramos de su tienda, yo no estaba entendiendo nada, pero sin embargo esto era algo bueno.
Jude, así se llamaba quien entró a la tienda esa tarde, era hijo de Wes y su esposa la que se había ido con el circo.
Jude había sido trapecista, así que no eran cuentos.
Mi boca se abría cada vez mas y yo parecía estúpida, casi no creía nada de aquello, veía las fotos que había traído Jude en su chaqueta, fotos del circo y de su madre, la esposa de Wes, Dahlia.
Quien se había ido no porque no amara a Wes, sino porque le había contado a Wes que toda su vida había soñado con pertenecer al circo, Wes sabía esto incluso antes de haberse casado, y le había prometido hacerla feliz, aunque esto implicara dejarla ir, 3 años de matrimonio felices antes de que aquel circo se robara la atención de Dahlia y el amor de Wes. A los 23 años se había ido Dahlia con el circo, sin saber que estaba embarazada.
Años después de dejarnos la tienda el Señor Wes murió, lo enterramos con un frasco de sus dulces favoritos. Al contrario de ser gordo, el señor Wes era un palillo, muy delgado y de piel pálida, con ojos verdes como la menta.
Yo he pasado el tiempo suficiente en la tienda y el que me correspondía, por eso le he dejado la tienda solo a Jude, nos hemos hecho muy amigos, pero yo ya no vivo en aquel edificio, que ahora parece haber quedado paralizado en el tiempo, solo paso de ves en cuando a ver a Jude, a la tienda, a comer dulces de arándano y chocolates de caramelo, los que no se venden, los que destiñe el sol, los que endurecen y los que se ablandan.
Sinny.
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